DICTADOS DE
LENGUA
Dictados de
octavo
Dictado uno
El
emperador de la China
declaró públicamente que a él y sólo a él, debía culparse por el último eclipse
de sol: lo había causado, sin querer, al cometer un error administrativo. La
corte alabó al emperador por ese admirable rasgo de humildad y contrición.
Dictado dos
En
un lugar hay un montón de piedras: un pastor que durmió allí despertó loco. A
los pocos días lo mismo ocurrió a otro. Y después a otro. Y a otro. Y a otro.
Ya no hubo dudas: lo que pasaba era que las hadas robaban el alma a los
dormidos, dejándoles solamente los sueños.
Dictado tres
En
el cielo. Un ángel (el más luciferino de todos) dice a otro:
-¿Sabes
lo que me molesta de este sitio? Su aspecto de sala de espera. Fíjate: todos
esos serafines y querubines están como esperando algo. Empiezo a aburrirme. ¿O
será que lo que están esperando es que yo haga una barbaridad.
Dictado cuatro
El
peligro no estaba en los que se preparaban para subir por la torre de Babel
hasta el cielo, sino en que, una vez construida, alguien quisiera bajar por
allí hasta la tierra. Eso ya había ocurrido. No se podía permitir que ocurriera
otra vez. La torre fue destruida.
Dictado cinco
Le
dije que yo no creía en ángeles custodios.
-Será
por que tú no tienes ninguno – me respondió-. Yo sí.
Torció
hacia atrás la cara, ordenó a alguien invisible:
-¡El
dedo, Raziel!
Y
quitándose el sombrero, en un punto del aire lo dejó colgado.
Dictado seis
La
vieja baja de la acera, va a cruzar la calle y un automóvil la atropella. Queda
tendida en el suelo, en un charco de sangre. Entonces la vieja reabsorbe su
sangre, se levanta, vuelve a la acera, espera un momento, baja de nuevo, va a
cruzar la calle y otro automóvil (¿o el mismo?) la arrolla. Muerta otra vez. Y
se levanta, y cae, y se levanta y cae. Los automóviles siguen a toda velocidad.
Dictado siete
La
muerte, sin tener nada que hacer, se paseaba por la ciudad cuando oyó a sus
espaldas voces airadas. Se dio vuelta y vio que, en la esquina, dos compadres
discutían violentamente.
La
muerte, por simple curiosidad, se acercó a la esquina. Los compadres sacaron
los cuchillos.
Dictado ocho
Rodearon
el lecho del amigo, ya moribundo, y se pusieron a reír para que él, con tanto
estrépito, no pudiera oír los pasos de la muerte cuando de un momento a otro
entrase en la habitación.
Dictado nueve
Caminando
de noche por un callejón solitario sufrió un ataque al corazón. Ya se caía cuando de la sombra salió alguien
que lo sostuvo. Fue a decir “gracias” pero al apoyarse y palpar sólo huesos
comprendió que no lo estaban socorriendo sino llevando.
Dictado diez
-Uso
mi cola cuando y como quiero –dijo orgullosamente el mono-. Miren, en cambio,
esa cola; ella es la obliga a la ardilla a que la lleve de aquí para allá. Y
mira esa otra cola que se lleva a sí misma –terminó señalando a una víbora.
Dictado once
Después
de que se murieron los últimos pájaros la jaula se arrancó del patio y empezó a
volar hacia el cielo. “Nos viene a pedir perdón”, pensaron los desprevenidos
ángeles.
Dictado doce
Encontró
en su bolsillo una tarjeta postal. Nunca la había visto. No estaba dirigida a él.
Alguien, al pasar, lo había confundido con un buzón. ¿O es que él era un buzón?
Dictados
de noveno
Dictado uno
Teseo,
que acababa de matar al Minotauro, se disponía a salir del laberinto siguiendo
el hilo que había desovillado, cuando oyó pasos y se volvió. Era Ariadna, que
venía por el corredor reovillando su hilo.
-Querido
–le dijo Ariadna simulando que no estaba enterada del amorío con otra,
simulando que no comprendía el desesperado gesto de “¿y ahora qué?” de Teseo-,
aquí tienes el hilo todo ovilladito otra vez.
Dictado dos
-Yo-
dijo un fantasma al otro, al encontrarse en el desván de una vieja casona- soy
diferente a usted: yo no me morí nunca, yo empecé fingiendo que era un
fantasma, y ya ve.
Dictado tres
Otros
amnésicos se olvidaban de su nombre, de su profesión, de su familia. Samuel se
olvidó de que, por ser hombre, no podía volar: brincó para tomar un higo,
siguió subiendo por el aire y se perdió en una nube.
Dictado cuatro
-Sí,
yo lo maté –tuvo que confesar Rafael cuando, habiendo invitado a comer al cura,
ordenó que le trajeran la cabeza de carnero, especialmente aderezada para ese
día, y, al destapar la fuente, vio con espanto que era nada menos que la cabeza
de aquel vecino al que la tierra se había tragado hacía años y ahora volvía en
circunstancias tan peregrinas.
Dictado cinco
Con
la punta de los dedos tomó una pizca de la ceniza que había dejado el ave Fénix
en su pira funeraria y la dispersó al viento. Al resurgir de sus cenizas, el
ave Fénix resurgió incompleta, con un ojo menos.
Dictado seis
En
la calle Bacacay vive una mujer muy hermosa. Tan hermosa que no es posible
describir su aspecto, pues quien alcanza a verla se muere. La mujer está triste
y desesperada.
Todas
las noches se sienta frente al espejo y pasa largas horas tratando de afearse.
Pero no hay nada que hacerle: cada día está más linda y más sola.
Su
hermana, dicen, no vale gran cosa y sin embargo tiene uno o quizá dos novios.
Los
muchachos valientes juran que son capaces de desafiar a la muerte con tal de
ver a la mujer demasiado hermosa.
Pero
siempre llaman a puertas equivocadas, donde los reciben señoritas vulgares o
japoneses que no entienden el idioma.
Dictado siete
En
la calle Artigas, entre Bogotá y Bacacay sucede algo muy particular: en una de
las veredas no es posible ser bueno. En la otra es imposible ser malo.
Una
noche pasé con una muchacha rubia por la vereda oeste. La arrinconé en un
umbral oscuro, la besé con pasión y logré poseerla allí mismo.
Después
cruzamos la calle. Y mientras caminábamos por la vereda oriental, le pedí que
me olvidara y la abandoné para siempre.
En
esa cuadra hay dos veredas. En una no es posible ser bueno, en la otra no se
puede ser malo. Aún no tengo decidido cuál es cuál.
Dictado ocho
Hay
en Guaymallén una hermosa mujer que se aparece a los muchachos en las noches de
verano.
La
mujer les cuenta una historia de amor y les regala una flor azul.
Los
muchachos guardan la flor azul en un libro y piensan en la mujer y lloran de
melancolía.
La
mujer es en realidad el demonio, peo los muchachos no lo saben y ella tampoco,
tan oscuros son los métodos de Satán.
Dictado nueve
En
la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia. Pero ella lo
despreciaba enteramente.
Unas
cuadras más abajo dos morochas se morían por el hombre y se le ofrecían ante su
puerta. Él las rechazaba honestamente.
El
amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama
y ser amados por quien no podemos amar.
El
hombre de la calle caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y murió una
mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia.
Dictado diez
En
las tinieblas de la calle Bacacay acecha un beso malvado.
Esto
es lo que sucede: el joven paseante siente de pronto que lo besan en la boca.
Sin embargo, no ve a nadie. Este beso es el último que recibirá en su vida.
Las
viejas dicen que una dama invisible prodiga los besos de clausura.
Las
personas instruidas prefieren imaginar
un beso suelto.
Los
muchachos timoratos se tapan las bocas
con pañuelos y bufandas.
Unos
vivillos del barrio pretenden haber descubierto un contrahechizo que consiste
en besar inmediatamente a una mujer de carne y hueso.
Los
mozos arremetedores recorren la calle Bacacay, fingen ser besados y se
abalanzan sobre las niñas más cercanas en busca de un beso redentor.
Por
cierto, ninguna se niega.
Dictado once
-¿Qué
pides a cambio de tu alma?
-Exijo
riquezas, posesiones, honores, distinciones… Y también juventud, poder, fuerza,
salud… Exijo sabiduría, genio, prudencia… Y también renombre, fama, gloria y
buena suerte… Y amores, placeres, sensaciones… ¿Me darás todo eso?
-No
te daré nada.
-Entonces
no tendrás mi alma.
-Tu
alma ya es mía.
Dictado doce
Al
romper el cascarón de un huevo, descubro una mosca.
De
la tibia yema que no se ha coagulado, salta, se frota las alas con trabajo y
alza vuelo penosamente.
Alguien
me ha jugado una broma. ¿Debo mencionarla aquí? ¿Es digna del nombre magia?
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